el virus es un maniquí
- smithmartina
- 12 feb 2021
- 5 Min. de lectura
Improvisemos un poco y pensemos en aquello que alguna vez deseamos, yo por ejemplo voy a imaginarme una pileta con agua bien helada donde mis piernas se congelen al entrar y la sangre se paralice por un segundo así me siento un poco más viva, porque ahora todo lo que me rodea me parece muerto, desgastado, lleno de hongos. Siempre que vuelvo a casa la brisa me pega en la cara y la soledad de la calle me invita a quedarme pero la angustia me abraza. Los árboles ya cambiaron su color, ya no hay pájaros cantando al sol y la neblina me nubla la vista. No vale mucho la pena estar y la espera me desespera, el encierro se apodera de mi cuerpo y ya no soy solo una sino que hay muchas voces adentro. Me refresco con tu canto, miro tus vídeos pero no te encuentro, la sonrisa se me borra y una lágrima cayendo me anticipa el lamento. La canilla sigue goteando y no tiene arreglo, me hice amiga de la humedad y la llevo conmigo por todos los rincones donde me acurruco para sentirme salvada de la multitud que no existe. Ya nada existe, las plantas se marchitaron y desaparecieron de a poco, la bicicleta se fue andando despacio y me abandonó, me quedé con el cuadro colgado torcido que dice “keep calm and andate a la puta que te pario”. Los vecinos se pelearon ayer y antes de ayer y antes de antes de ayer. Hoy no se hablaron, y si lo hicieron, lo hicieron muy despacio para que nadie se entere. En este edificio se escucha mucho pero se escucha poco que hagan el amor. Hay mucho sexo pero poco amor, y eso no lo escucho, lo siento. Me masturbo sintiendo a los del séptimo piso y cuando me los cruzo en el ascensor no los reconozco. Solo miro sus ojos, ahora la comunicación cambió de verbal a visual. Nadie habla con nadie, nos convertimos en extraños o quizás siempre lo fuimos y ahora como todo está permitido, nos excusamos con la idea del contagio y aprovechamos para rechazarnos. Solo me saluda el celular que lo programo para que me diga hola y lo apago. La portera tiene pánico. Floto en el piso flotante mientras se asoma olor a quemado de la cocina. Ayer fueron las galletitas de avena y mañana serán hamburguesas caseras. La voluntad para cocinar la saqué de la youtuber de moda que también me enseña a querer el rollito nuevo que tengo en el costado izquierdo, pero no le creo. Ya no le creo a nadie, ni a ella ni al noticiero. Perdí la capacidad de creer y aceptar, no creo y no acepto. Por ahora. Quizás mañana si. Todos los días cambio de postura y de opiniones pero la esperanza es lo último que se pierde entonces me repito esa frase tres veces por día hasta que empiezo a dudar. La duda existencial de si estoy donde estoy o estoy en otro lado, es triste estar donde no estamos. La duda de no saber si tengo o si quiero o si puedo o si todo eso, pero querer quiero y poder no puedo.
Hoy no me levante de la cama en todo el día y se sintió bien, es que hace mucho frio afuera y no entiendo si hay que comer o que hay que hacer, si hay que pararse en dos pies y caminar y volver a pasar por la vidriera para ver el maniquí desnudo sin cabeza, sin ropa, sin alma. Ahora no hay solo maniquíes en vidrieras, asomándome en el balcón veo varios dando vueltas. Mi vecino es mi maniquí preferido y lo envidio un poco porque sale todo el tiempo. Sale a la hora que no se puede y va a donde no se puede. Lo miro por la ventana, lo espío, escucho su ruido a la medianoche y pienso de dónde vendrá o si salió a dar una vuelta para respirar, como el deseo que tengo en el fondo muy adentro en el pecho. Hace días que estoy encerrada y mi vecino sale como si nada y yo lo miro, lo persigo “¿lo denuncio?” pienso. Tiene un hijo y eso me detiene porque claro “que difícil estar al cuidado de un pequeño en cuarentena”, pero igual lo quiero escrachar porque no puede salir y sale igual, y yo lo miro mientras espero que se cargue la décima película que voy a mirar a pesar de tener los ojitos rojos y el sale a pasear.
Las veces que más lo envidio es por estar tan cerca y no poderlo tocar. Por mudarse enfrente mío sin saber que nos íbamos a encontrar después de cinco años y un duelo que no puedo sanar. A veces me dan ganas de cocinar muffins de Clonazepam y mandárselos por fax. La verdad es que cada vez que cocino me acuerdo de él, sus manos mágicas y su habilidad en mezclar “cositas” que siempre quedan bien. No sé como hace pero para mí es amor. Verlo cocinar también era amor. Además de coger abrazar y besar, una de las cosas que más extraño es que me cocine, porque ahí me sentía bien, porque no era el hecho solo de cocinar: era un plan, y cuando me cocinaba era como si pensara un plan para dos, como si me invitara a sumarme a su plan, como si planeara algo compartido, como si primero pensara en mi y después planeara algo para que el pensamiento se haga presencia y los cuerpos se junten en una mesa, un silloncito, unos almohadones en el piso. Quizás la comida sea una excusa para que los cuerpos se junten, se encuentren, se huelan. Eso también es amor. Cuando cocino lo siento cerca, quizás esa sea mi excusa.
Se quemó la torta y se quemó el amor, a otra cosa mariposa me dijo mi abuela que ya se había dado cuenta. Él nunca se dio mucha cuenta de todo y yo tampoco le conté lo suficiente para que entienda. Nunca conté todo y hubo veces que me quedé despierta hasta el alba pensando en cómo hubiese sido. Hubo veces que nadie me escuchó, pero grité fuerte tan fuerte que al otro día me dolía la garganta fuerte tan fuerte que tuve que ir a la fonoaudióloga a consultar si tenia nódulos porque el té con miel y jengibre no me alcanzaba. Hubo veces que nadie lo sintió, pero me cortaba con cada cuchilla que cortaba cada cebolla y me sangraba fuerte tan fuerte que al otro día averiguaba en Mercado Libre el costo de un trasplante de dedo. Hubo veces que nadie se enteró, pero bailaba fuerte tan fuerte que al otro día llamaba a la kinesióloga porque el pecho se contracturaba y el corazón latía fuerte tan fuerte que tenia la sensación de que se me iba salir de un golpe. Hubo veces que nadie lo sospechó, pero lloraba fuerte tan fuerte que al otro día tenia la piel reseca y arrugada y los ojos hinchados como dos bolas negras de pool entonces me ponía lentes de sol durante tres días para no asustar a la gente. Hubo veces que nadie lo supo, pero pensaba fuerte tan fuerte que me llegaba a dar miedo y me escondía en el mueble como si estuviese el fantasma del pensamiento dando vueltas. Hubo veces que nadie lo cuenta, pero había días que desaparecía fuerte tan fuerte que al otro día no aparecía.
Hay cosas que no se cuentan y hay cosas que no suceden, como la vacuna que el mundo espera para salvarnos de no sabemos qué, porque al final pensamos que sabemos todo, pero nunca sabemos nada.
Mientras tanto voy a creer que hay lunas llenas para mirar y cuerpos que me están esperando para abrazar.
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